Sulaco percibió en la posterior publicación de mi viaje de bodas en 2006 a esa misma isla [La Palma] una clara intencionalidad para recordarles que habíamos hablado de esa posibilidad. En realidad fue más bien a la inversa y la conversación que mantuvimos sobre esa isla me empujó a escribir sobre la experiencia de mis visitas. Sirvió, sin embargo, para cerrar con bastante antelación una visita fugaz para pasar un día en el siguiente encuentro con el canario-holandés. Ese día fue ayer mismo.
Extrapolamos el modelo de paseo que realizamos en Gran Canaria a nuestra visita de La Palma: apenas nos bajamos del coche. Pero las pocas veces que lo hicimos merecieron la pena. En compensación, recorrimos muchos kilómetros en poco tiempo y pudimos disfrutar de los grandes contrastes en sus paisajes que tiene La Palma. Estoy enamorado de esta isla desde la primera vez que fui. Creo que sigue siendo, con diferencia, la isla que tiene más encanto. O que tal vez encaje más con mi concepción de lo que debe ser un paraíso terrenal en equilibrio con el hombre. Desde la visita anterior apenas he percibido cambios significativos. Imagino que el cemento y el hormigón seguirán comiendo, poco a poco, terreno y que la corrupción seguirá filtrándose en los sentimientos de un pueblo con fonemas musicales y de cuerpos tranquilos, pero no es lo que hemos vivido en la isla de Gran Canaria. Está a varios órdenes de magnitud de distancia. Por suerte para los palmeros.
Un día da para muy poco. La Palma debe tener infinitos rincones que daría gusto visitar, pero para alguien que apenas la ha rozado en dos ocasiones, es demasiado pedir encontrarlos. Está claro que el modelo de paseo en coche nos aleja e impide acercarnos a muchos de ellos, por lo que espero volver otra vez en breve para caminar. A ver si de una vez por todas puedo hacer la caminata de Marcos y Corderos; o repetir la ruta de los volcanes tal como la hice con mi tío Rafa. En cualquier caso, venía en el avión de vuelta meditando que La Palma podría ser un destino fantástico para celebrar el quinto aniversario de bodas con mi mujer [Mis ratos en la cocina]. Sospecho que a ella le hará tanta ilusión como a mí.
Últimamente no saco muchas fotografías. Aunque la salida sea supuestamente para eso. De hecho, en esta ocasión, la cosa se agravó un poco porque muchas de las imágenes que vimos yo ya las había fotografiado en viaje de bodas. Sin embargo, aunque pocas, he visto algunas imágenes que merecen la pena y que me gustaría terminar de revisar. Ahora bien, lo de sacar pocas fotografías no reduce considerablemente el problema de tener varios años de archivos aún por revisar. En una primera pasada he cogido las dos que acompañan a la entrada de hoy. Hay que tener en cuenta que esto lo he escrito con los ojos cerrándose por el cansancio lógico que supone andar todo un día fuera, madrugando para estar en el aeropuerto a las siete y media de la mañana y cruzando la puerta del hogar a las diez y media de la noche para soltar la mochila y disfrutar de una merecida y reconfortante ducha caliente. No sé cuánto tiempo tardaré en revisar más pausadamente las pocas imágenes que tomé. Pero sí sé que la satisfacción de haber visto un mar de nubes en el Roque de los muchachos cubriendo completamente La caldera de Taburiente, y de haber pasado tan cerca del observatorio, me va a durar unos cuantos días. Me alegro enormemente de haber protagonizado este fugaz paseo por la «isla bonita».