En un momento dado, mientras revisaba varios correos de trabajo, mi mujer se acercó a mí y me comentó que había habido un accidente de un avión de Spanair que había despegado de Madrid con destino Gran Canaria y que había tenido que volver a aterrizar por un fallo en uno de los motores. En esa primera aproximación me comentó que habían muerto dos personas, tal vez por los gases provocados por el fuego en el motor. Teniendo ya esta información de primera mano, cuando vi aparecer los titulares del tipo "accidente de avión", etc., etc. los ignoré.
Unas horas más tarde mi mujer volvió contando que al parecer habían sido veinte las víctimas, porque el motor había estallado antes de despegar y que en la explosión había matado a tantas personas. "¡Coño!", dije, pero seguí con la mente en lo que estaba haciendo. Trabajo.
Ya eran las seis y media de la tarde y estaba buscando en la oficina un contrato para que el director de la empresa, de vacaciones en Gran Canaria, lo firmase para acelerar los trámites de una obra. Al hablar con él por teléfono me preguntó si tenía algún conocido o familiar en la tragedia. Le dije que creia que no. Para mí, en ese momento, seguían siendo veinte los fallecidos.
Seguía trasteando en la oficina, cuando recibí un SMS de una amiga de Madrid, preocupada por si tenía familiares o amigos directos en la tragedia, término que al igual que el director empleó ella. También al igual que al director le dije que no, que por suerte no sabía de nadie. Internamente seguía creyendo que "tragedia" era una palabra demasiado "grande" para lo que yo creía que había acontecido. En un mal fin de semana puede fallecer esa cantidad de personas, incluso más, en las carreteras. No quiero quitar con lo dicho importancia al hecho de que se produzcan veinte muertes. Quiero reseñar que nuestro (creo que no peco al incluir a muchos en ello) umbral de asombro ante números de muertos está demasiado elevado a causa de los telediarios, que nos tienen insensibilizados para con cifras "tan bajas".
Fue ya cerca de las nueve de la noche, volviendo a casa, cuando me enteré de la magnitud de lo sucedido. Entonces comprendí que realmente tragedia es el término que hay que emplear. Creo que con varias horas de retraso con respecto al resto de la población, el golpe me dejó helado. Sobre la marcha me puse a seguir las noticias en televisión intentando saber qué había sucedido exactamente y, como muchos, supongo, si me enteraba de en qué grado me "tocaba" el suceso.
Lo primero que me sorprendió de la forma en que estaban exponiendo la noticia era cómo alargaban la situación para no decir nada o repetir lo mismo constantemente. Me asqueó la forma en que se regodeaban en el dolor, poniendo y reponiendo las mismas imágenes de familiares destrozados, primero por la incertidumbre, luego por la certidumbre. Daba la sensación que esperaban que el morbo de ver a otros llorando sus pérdidas hiciese interesante el suceso y que no cambiasen de canal. "Esto no es forma de tratar la noticia", pensé. A los 15 minutos mi unidad tolerancia a la mediocridad informativa estaba sobrecargada y dejé de mirar la tele para ponerme a hacer otra cosa. Pero seguía teniendo la mente en la esperada lista que, como supongo harían muchos isleños, me lancé a leer tan pronto se publicó.
Una sensación de alivio nos recorrió a mi mujer y a mí tras la primera lectura: parecía que no nos había tocado sufrir en primer grado el accidente. Los padres de unos amigos llegaron justo en el vuelo anterior, que eran las personas de las que teníamos constancia que iban a volar ese día. Sin embargo, durante la segunda lectura nos asaltaron dudas: "¿Cómo eran los apellidos de aquel compañero de trabajo? ¿Y la novia de mi amigo no se llamaba Teresa-tal o Sofía-cual?". Después de repasarla dos veces decidí que creía que no conocía a nadie. Y descansé, pero mi cerebro intentaba imaginar lo que podían estar pasando aquellos que en ese momento volaban a recoger los restos carbonizados de los suyos.
La noche del miércoles al jueves no dormí demasiado bien. La semana anterior habíamos estado planeando volar a Madrid para pasar unos días con amigos. De hecho, habíamos estado mirando para ir el 20 a Madrid y volver el lunes 25. Y mientras el sueño se negaba a llegar para darme descanso, no dejaba de pensar que igual que la fatalidad tocó en el vuelo Madrid - Gran Canaria, podía haber soportado ese y haber sucedido en el de ida, y habernos pillado de haber decidido comprar los pasajes en el último momento. O que podía haber sucedido cualquiera de las decenas de veces que he volado a -y vuelto desde- Madrid por cuestiones de trabajo y de ocio. Logré dormirme con la tranquilidad de saber que el sistema de videoconferencia que hemos puesto en la empresa ha sustituido a los vuelos cada tres o cuatro semanas a Madrid desde hace cinco meses.
Ayer a primera hora de la mañana tocaba, casualmente, recoger a un familiar en el aeropuerto. De camino mi hermana nos contaba a mi mujer y a mí que una amiga de la familia, del grupo de hijos (ella) y nietos (mi caso; era el más pequeño del grupo de nuños) de los amigos que se reunián cada fin de semana, y a la que recuerdo con mucho cariño pese a los años que hace que no nos vemos, perdió ese avión por cinco o diez minutos. Ha vuelto a nacer. Ella, su marido y sus dos hijos pequeños, que venían a pasar dos semanas con sus abuelos, padres de ella, a la isla. Reconozco que me alegró conocer que le había tocado un número ganador en la ruleta de la vida, pero al mismo tiempo no pude evitar pensar que su suerte implica que probablemente otras personas estén llorando ahora otras pérdidas de familiares y amigos, personas que tal vez creyeron ganar otra lotería, contentos de subir al avión tras pasar por lista de espera.
Y eso me ha tenido todo el jueves meditando sobre las tragedias y la teoría de los seis grados de separación. Sigo esperando enterarme, en cualquier momento, que la tragedia del vuelo JK5022 de Spanair me ha alcanza en segundo grado, cuando un familiar o un amigo me comunique que un amigo o familiar suyo ha perecido. Puede que sea aún afortunado y no me alcance en segundo grado. ¿Tal vez en tercero?
Nadando en pensamientos oscuros he visto muchas representaciones de un lazo negro por todas partes como señal de duelo.
Los viernes es el día que tengo reservado para hablar de música o temas relacionado con el iTunes o el iPod. Hoy he preferido hablar, como habrá hecho mucha más gente en la blogosfera, del accidente aéreo de anteayer. Pero hay una canción que viene a mi mente en este momento y con la que cierro esta entrada en mi blog personal: 'The Show Must Go On'. Da igual si es la de Queen (Innuendo) o la de Pink Floyd (The Wall). Ambas me parecen grandes temas, aunque la segunda, la de Pink Floyd, como parte de ese algo más que es ese magnífico disco. De la canción de Queen me permito reproducir un poco a continuación:
[...]Descansad en paz.
Whatever happens, I'll leave it all to chance
Another heartache, another failed romance
On and on, does anybody know what we are living for?
I guess I'm learning (I'm learning learning learning)
I must be warmer now
I'll soon be turning (turning turning turning)
Round the corner now
Outside the dawn is breaking
But inside in the dark I'm aching to be free
The show must go on
[...]
2 comentarios:
A mí también me han bombardeado a mensajes, llamadas y correos porque sabían que en estas fechas iba a Gran Canaria. Mira que les repito una y otra vez que vuelo con Transavia, la compañía hija de KLM pero no hay forma. Mi madre aún no me ha comunicado nada pero seguro que estamos relacionados con alguno, sobre todo con los del sur
Es normal que la gente, sabiendo que ibas a pasar una semana en la isla, se vuelva como loca preguntándose a) si por fin se han librado de ti (no descartes que algunas llamadas hayan sido por eso) o b) efectivamente sigues de una pieza (la mayoría de las llamadas). Como te leo sabía que seguías entre los vivos.
¿Crees que te habrá tocado algún familiar en el accidente?
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