En algún momento de nuestra existencia -o en más de uno- habremos fantaseado con la posibilidad de la vida eterna. ¿Quién, en los años pletóricos de la edad madura, temiendo su término en un plazo indefinido, le haría ascos a vivir para siempre? Pero claro, no morir y respetar las leyes naturales del envejecimiento, tiene algunos inconvenientes. En ellos ahonda Saramago en su novela 'Las intermitencias de la muerte'.
Mi experiencia leyendo a Saramago es más bien reducida. Tras leer su magnífica 'La balsa de piedra' hace años, no había vuelto a leer nada suyo. Hasta ahora. Como siempre, y rindiéndome a mi defecto de consumista incontrolado e incontrolable, cada vez que veo un estante con libros a precios económicos, me acerco a curiosear. Mi mujer, fiel conocedora de mis más profundas debilidades, suele impedirlo, pues sabe que acabo comprando alguno que luego dejaré acumulando polvo en la estantería. Como las hurracas, me atraen los colores llamativos. Eso si está conmigo.
Fue coger el libro y decidir que lo iba a comprar tan solo por el título. Me recordó todas esas veces que fantaseé con la posibilidad de que mis seres queridos viviesen eternamente. Porque no me preocupa tanto mi propio fin como el llorar el de seres queridos. ¿Qué hay más doloroso que perder a los tuyos? Así que lo puse en el cesto de la compra y al llegar a casa, justo acababa de terminar otro libro, empecé a leerlo.
Su lectura es amena. Tal como recordaba la lectura del otro libro de Saramago. Pero contra toda sugerencia de seres hermosos que perviven hasta la eternidad, el universo que plantea no es idílico, salvo más bien angustiado y caprichoso. Porque no morir no es todo lo perfecto que cabría esperar. Tampoco quiero contar más para no reventar el placer de su lectura.
En fin, un libro por el que bien vale procrastinar los deberes domésticos para otro momento y disfrutar, sobretodo en estas épocas tan calurosas, de unas buenas tardes de sofá. Mejor si están acompañadas de aire acondicionado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario