
Fue coger el libro y decidir que lo iba a comprar tan solo por el título. Me recordó todas esas veces que fantaseé con la posibilidad de que mis seres queridos viviesen eternamente. Porque no me preocupa tanto mi propio fin como el llorar el de seres queridos. ¿Qué hay más doloroso que perder a los tuyos? Así que lo puse en el cesto de la compra y al llegar a casa, justo acababa de terminar otro libro, empecé a leerlo.
Su lectura es amena. Tal como recordaba la lectura del otro libro de Saramago. Pero contra toda sugerencia de seres hermosos que perviven hasta la eternidad, el universo que plantea no es idílico, salvo más bien angustiado y caprichoso. Porque no morir no es todo lo perfecto que cabría esperar. Tampoco quiero contar más para no reventar el placer de su lectura.
En fin, un libro por el que bien vale procrastinar los deberes domésticos para otro momento y disfrutar, sobretodo en estas épocas tan calurosas, de unas buenas tardes de sofá. Mejor si están acompañadas de aire acondicionado.
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